Depende desde dónde se observe (3)

La perspectiva

En una ocasión, me pidieron que diera una conferencia en un NH Hoteles https://www.nh-hoteles.es/. Pregunté acerca del tema que deseaban que tratara mi disertación y me dijeron que a mi bola. Que hablara de ser escritor. De cómo había llegado a publicar tanto (si hubieran conocido lo que tenía guardado sin pasar todavía por el rasero de las editoriales…)

Bueno, pues la cosa funcionó endosando a doscientas expectantes personas, cómo empecé a creerme que era un escritor. Cuándo y cómo reconocí que me gustaba y que era la única y verdadera vocación que me llenaba. Y llegamos a un momento en el que les referí una anécdota del tema que nos ocupa: la perspectiva.

Estaba explicándoles que si simplemente se levantaban de la silla en la que estaban cómodamente sentados e intentaban observar lo mismo que veían desde la posición que acababan de abandonar, si se fijaban bien, verían cómo cambiaban las cosas. Todos en pie dándome la razón y hablando entre ellos “pues sí, pues no, pues a lo mejor”.

Llevé la cosa al terreno del cachondeo interior (nunca me he reído de nadie ni he aprovechado las circunstancias que quizás yo mismo he propiciado). Y les propuse que se agacharan, doblaran las rodillas y, en tan incómoda posición volvieran a mirar al mismo lugar que antes. Muchos no se conformaron y se habían mimetizado tanto con mis palabras que llegaron a sentarse en el suelo. De nuevo el “pues sí, pues no, pues a lo mejor”.

Ya los tenía en el bote. Pedí que volvieran a ocupar sus sillas y continué con la demostración sobre lo que interesaba: la perspectiva, repito. Como si les hiciera un favor expuse que ahora iba a acabar de convencerlos de que, dependiendo de cómo o desde dónde se observan las cosas, el cambio hace fracasar la objetividad de los primeros análisis.

Les informé que había cosas que llevábamos siempre encima y, a pesar de eso, éramos incapaces de prestar un mínimo de atención sobre ellas o sus simples detalles.

Por ejemplo, el reloj (entonces no había móviles y todos disponíamos de un medidor del tiempo atado a la muñeca). En un acto reflejo, todos miraron sus relojes.

Les informé que con casi toda seguridad muchos no habían reparado en cómo era la esfera; Tampoco en la numeración; si se trataba de rayitas o números; del minutero; de las saetas; del segundero; de la correa metálica o de la piel que lo sujetaba…

Todos dirigieron sus miradas hacia las muñecas con un rictus de sorpresa en la mayoría de los rostros. Parecían decirse que era verdad, que no habían advertido tanto detalle. ¡El detalle! (Ya habrá lección sobre el detalle).

Estaban como hipnotizados y les animé a que agarraran sus relojes con la mano contraria y los ocultaran por completo. Así se tenían que quedar hasta que les dijera. La obediencia caracterizaba a aquella gente. Dejé que pasaran unos segundos y cuando ya parecían estar de nuevo concentrados en lo que iba a decirles, les lancé una pregunta como si les hubiera arrojado un cuchillo: ¿alguien me puede decir la hora que es?

Ni uno. Nadie se había fijado y mira que habían estado rato y rato mirando la esfera, los números o las rayitas, la correa…

Continuará…

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